-Usted está equivocado, camarada. Nunca podrá juntar esa fuerza bajo ningún ideal común, no puede ser organizado lo que usted me dice. Piense además en los que tienen hambre, nadie puede pensar con hambre, y los que no piensan…
-No me malinterprete. Ahí es donde radica la diferencia, no soy Lenin, yo no trabajo para el pueblo. Tampoco cometo sus errores.Mi revolución no requiere pensar, pensar es para los cultos, nada más diferente que la realidad social en la que vivimos.
-¡Es usted un sádico!
-Realista, preferiría ser llamado. Mi revolución se alimenta de odio. El odio que todo lo mueve, ése es el factor decisivo de este siglo.
-¿Qué me dice entonces del miedo? ¿No cree que la gente está muy anestesiada por propagandas de terror como para aventurarse en una revolución?
-

-Pero sin ningún punto en común sigo sin entender cómo piensa unir esa masa.
-Entenderá, don Julio. Es cosa de ver, no de creer. El odio es el punto en común, la voluntad de lucha. Que cada uno luche por lo quiera, lo importante es que luchen.
-Pero ningún estado puede ser fundado sobre la base que usted pretende usar para derrocarlo.
-Precisamente. Muy observador, por eso fue que ni Castro ni Trotsky basaron su revolución en algo tan macabro. Pero yo no quiero formar un estado, como le dije: no me malinterprete.
Ethros