domingo, 29 de junio de 2008

La revolución del Odio

-El poder sale de la gente, el poder es la gente. Si todos dejamos de comer manzanas podemos arruinar empresas, incluso provincias enteras en menos de una hora.
-Usted está equivocado, camarada. Nunca podrá juntar esa fuerza bajo ningún ideal común, no puede ser organizado lo que usted me dice. Piense además en los que tienen hambre, nadie puede pensar con hambre, y los que no piensan…
-No me malinterprete. Ahí es donde radica la diferencia, no soy Lenin, yo no trabajo para el pueblo. Tampoco cometo sus errores.Mi revolución no requiere pensar, pensar es para los cultos, nada más diferente que la realidad social en la que vivimos.
-¡Es usted un sádico!
-Realista, preferiría ser llamado. Mi revolución se alimenta de odio. El odio que todo lo mueve, ése es el factor decisivo de este siglo.
-¿Qué me dice entonces del miedo? ¿No cree que la gente está muy anestesiada por propagandas de terror como para aventurarse en una revolución?
-El miedo es una fuerza vieja, Julio. Hágase el favor de releer las palabras de Foucault. La conclusión es inevitable: el miedo murió. Piense en las películas si sospecha que me equivoco. ¿Cuánta gente calcula usted que vio un cadáver alguna vez en su vida? Hoy ya perdimos el asco. El miedo fue reemplazado por la costumbre, la costumbre del miedo es un fantasma que nada le pesa a la ígnea marca del odio. Con el tiempo nos fuimos animando a decir Hitler, a decir Videla, a decir Nüremberg, pero el odio al Holocausto perdura, todavía queremos la sangre de los milicos, de Martinez de Hoz y de Sobremonte ¿Se da cuenta? El odio siempre dura más, nada lava al odio sino el perdón, y nuestra sociedad no tiene ni un poquito de eso.
-Pero sin ningún punto en común sigo sin entender cómo piensa unir esa masa.
-Entenderá, don Julio. Es cosa de ver, no de creer. El odio es el punto en común, la voluntad de lucha. Que cada uno luche por lo quiera, lo importante es que luchen.
-Pero ningún estado puede ser fundado sobre la base que usted pretende usar para derrocarlo.
-Precisamente. Muy observador, por eso fue que ni Castro ni Trotsky basaron su revolución en algo tan macabro. Pero yo no quiero formar un estado, como le dije: no me malinterprete.

Terminaron de subir las escaleras.

Ethros

miércoles, 18 de junio de 2008

Más allá de todo...el espiritu

Tenés la sensación de vacío en las vísceras.
Tenés la sensación de desconsuelo, de desapego, de desarraigo, de desasosiego, de desgano, despecho.
El vacío quiere salir.
Te arrodillas frente al inodoro y sin un solo gemido, sin quejidos, vomitas tu malestar sin inmutarte.
Volvés a lo tuyo, a la autoflagelación; pero esta vez tu perversidad tiene mas matices. Pasas 12 horas ininterrumpidas frente a la tele, otras 12 en youtube, otras 12 jugando counter, linaje, wow mientras el msn te guiña el ojito ahí abajo a la derecha.
Llamas unas putas.
Laburás como esclavo para pagar la puta luz, el puto cable, la puta banda ancha, las putas …
Yo por suerte no tengo esa sensación de vacío que vos tenés en las vísceras porque a mi me llena el Osho, viste?

El Duque


sábado, 7 de junio de 2008

Hambre revolucionario...

Cierro la puerta mientras pienso en que esto de la escritura es muy prometedor. Como mal contador de chistes, me río unos minutos después de mi inocente ironía, y ya que estamos en tema, de toda mi inocencia. Espero quizás, otro llamado, y me siento sobre la cama a fumar y a esperar. Miro los libros, pero no me apetece ni leerlos ya. Si alguien contase la cantidad de palabras que escribió la humanidad desde la creación del primer rustico alfabeto-rústico…el único rustico sos vos- y las convirtiese en balas, habría suficientes para exterminar a toda la humanidad actual y a varias próximas generaciones. Se me hace agua la boca de tan sólo pensarlo. Uno tras otro, uno tras otro, asesinados ni siquiera con un propósito de revolución, ni siquiera para llenar el sentido idiota de un chiste de mal gusto, así, tan sólo cayendo destripados por los proyectiles de plomo sin criterio discriminatorio. Tanto negros, como blancos, niños como viejos, mujeres como hombres, todos gritando en su idioma, llorando las canciones de sus pueblos, y la ametralladora impasible: TAK-TAK-TAK-TAK.
Suena el teléfono justo en el momento en el que dejé de esperar a la llamada. No soporto la interrupción y desconecto el teléfono. Vaya a saber uno la expresión de la cara del otro lado, al darse cuenta que con total impunidad lo pueden privar de sus ansias de comunicación. ¡Quien va a querer comunicarse con vos! Pienso a veces que este mundo hizo que la gente se sintiese más importante de lo que realmente es. Y de vuelta la ametralladora sonando en mi cabeza TAK-TAK-TAK. ¿Es que tiene un sentido todo esto, tiene un sentido superior al de morir acribillado lúdicamente en manos de algún demente? Cada vez que salgo a la calle, y veo los rostros compungidos y frustrados de los transeúntes, me miro en alguna vidriera y veo la misma cara que la de ellos. Quebrantados por lo perverso de nuestro propio juego, ya nuestras carnes no valen ni dos centavos, no poseen la fuerza para la que supongo que debimos haber sido hechos. Y nos imagino entonces como esculturas echas de carne por algún alemán enfermo por la negación de su pasado-que es lo que nos hace hombres a los hombres- y exhibidos para el bolsillo del homosexual e impresionable burgués.

Adjetivo como autómata y vivo como mogólico.
El cansancio me corroe. Ya no conservo nada del buen humor con el que entré a casa, y la pieza es un desorden. Pateo algo en el suelo, miro los cigarrillos con hambre cerebral. Sólo soy un pelotudo, algo despreciable en el sistema productivo, sólo soy un forro que se sienta a escribir esto frente a la terrible maquina, enchufado por dónde me vean y soñando con ser algún día algo del guerrero que algún mío antepasado fue. Puras palabrerías, obnubilaciones típicas de un carácter poético y argentino. Me acuerdo de Marechal y su proclama guerrera. Cuánta necesidad de sacarnos a las piñas de esta comodidad.
Miro mis nudillos, encallecidos por el entrenamiento y las paredes, y me pregunto para qué están así si no las uso. Entonces, golpeo el piso, y salgo a buscar mi destino fuera, donde el gas flagela.

Godofredo Muñiz