sábado, 7 de junio de 2008

Hambre revolucionario...

Cierro la puerta mientras pienso en que esto de la escritura es muy prometedor. Como mal contador de chistes, me río unos minutos después de mi inocente ironía, y ya que estamos en tema, de toda mi inocencia. Espero quizás, otro llamado, y me siento sobre la cama a fumar y a esperar. Miro los libros, pero no me apetece ni leerlos ya. Si alguien contase la cantidad de palabras que escribió la humanidad desde la creación del primer rustico alfabeto-rústico…el único rustico sos vos- y las convirtiese en balas, habría suficientes para exterminar a toda la humanidad actual y a varias próximas generaciones. Se me hace agua la boca de tan sólo pensarlo. Uno tras otro, uno tras otro, asesinados ni siquiera con un propósito de revolución, ni siquiera para llenar el sentido idiota de un chiste de mal gusto, así, tan sólo cayendo destripados por los proyectiles de plomo sin criterio discriminatorio. Tanto negros, como blancos, niños como viejos, mujeres como hombres, todos gritando en su idioma, llorando las canciones de sus pueblos, y la ametralladora impasible: TAK-TAK-TAK-TAK.
Suena el teléfono justo en el momento en el que dejé de esperar a la llamada. No soporto la interrupción y desconecto el teléfono. Vaya a saber uno la expresión de la cara del otro lado, al darse cuenta que con total impunidad lo pueden privar de sus ansias de comunicación. ¡Quien va a querer comunicarse con vos! Pienso a veces que este mundo hizo que la gente se sintiese más importante de lo que realmente es. Y de vuelta la ametralladora sonando en mi cabeza TAK-TAK-TAK. ¿Es que tiene un sentido todo esto, tiene un sentido superior al de morir acribillado lúdicamente en manos de algún demente? Cada vez que salgo a la calle, y veo los rostros compungidos y frustrados de los transeúntes, me miro en alguna vidriera y veo la misma cara que la de ellos. Quebrantados por lo perverso de nuestro propio juego, ya nuestras carnes no valen ni dos centavos, no poseen la fuerza para la que supongo que debimos haber sido hechos. Y nos imagino entonces como esculturas echas de carne por algún alemán enfermo por la negación de su pasado-que es lo que nos hace hombres a los hombres- y exhibidos para el bolsillo del homosexual e impresionable burgués.

Adjetivo como autómata y vivo como mogólico.
El cansancio me corroe. Ya no conservo nada del buen humor con el que entré a casa, y la pieza es un desorden. Pateo algo en el suelo, miro los cigarrillos con hambre cerebral. Sólo soy un pelotudo, algo despreciable en el sistema productivo, sólo soy un forro que se sienta a escribir esto frente a la terrible maquina, enchufado por dónde me vean y soñando con ser algún día algo del guerrero que algún mío antepasado fue. Puras palabrerías, obnubilaciones típicas de un carácter poético y argentino. Me acuerdo de Marechal y su proclama guerrera. Cuánta necesidad de sacarnos a las piñas de esta comodidad.
Miro mis nudillos, encallecidos por el entrenamiento y las paredes, y me pregunto para qué están así si no las uso. Entonces, golpeo el piso, y salgo a buscar mi destino fuera, donde el gas flagela.

Godofredo Muñiz

2 comentarios:

Etrhos dijo...

El hambre es la puerta, más como estamos hoy en día. Quizás parezca redundante caer en la realidad del odio una y otra vez.
Se necesita el pan, se necesita la guerra, se necesita lo que justamente no hay.
Es difícil, pero espero que traigas el morfi porque yo también me muero de hambre..

Filth_Pig dijo...

Prometo llevar al bulín biscochitos, pa`tomar con matecito, como cuando estabas vos...